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El Zar de Balaídos
septiembre 16, 2016
Hace unas semanas, sentado en una terraza con mi primo Tomás, celtista de corazón, le pregunté qué jugador le había marcado más a él como seguidor del Celta. Y no sólo a él sino a la afición viguesa en general.
Yo, que me encuentro en el lado opuesto a Tomás en cuanto a sentimiento, pues soy deportivista de cuna, tenía claro por dónde iban los tiros y le propuse dos nombres: Valery Karpin o Alexander Mostovoi. Yo dudaba mucho entre los dos, pero Tomás, sin titubear, me contestó firmemente que su opinión y la de buena parte del celtismo es que Mostovoi ha sido el mejor jugador que ha pasado por Balaídos.
Lo que me queda a mi en la memoria a 160 kms de Vigo son aquellos años dorados en los que los equipos gallegos hacían frente a los grandes de la Liga como Real Madrid y F.C. Barcelona. Y tenían ese empuje gracias a jugadores como Motovoi, genio dentro y fuera del campo, que salía más enchufado que nunca en los partidos contra los grandes y en los derbis (cuánto lo he sufrido...). Mostovoi era ese tipo de jugador que daba la sensación de que siempre que él quisiera podía dar un poco más, porque todos conocíamos sus aptitudes y desconocíamos su techo. Sin embargo en los partidos que él tenía marcados en el calendario ofrecía su mejor versión y se echaba al equipo a la espalda.
Pero para llegar a esta época dorada Mostovoi tuvo que vivir antes otros episodios mas amargos. Siempre digo que las cosas malas ocurren por algo y se pueden sacar después aprendizajes positivos. Y eso fue precisamente lo que hizo el ruso.
Mostovoi fichó por el Celta en el año 1996, sin apenas conocer la ciudad ni el equipo. Su primera temporada en Vigo fue la más complicada de su carrera profesional. Acostumbrado a ganar títulos y a pelear por cosas importantes en sus anteriores clubs (Spartak de Moscú y Benfica), Mostovoi llega a un equipo que lucha por no descender. Esto que puede parecer un capítulo sencillo de adaptación supone para él un hándicap. Si a ello le unimos el caos general que vive el club en esa época, sin campo propio para entrenar, con una infraestructura impropia de un club de Primera División, nos encontramos ante una olla a presión que revienta en un partido que el Celta juega en el Molinón. Agotados los 3 cambios y con su equipo por debajo en el marcador, Motovoi dice que se va del campo, que no aguanta más todo aquello. Para evitar semejante esperpento, Patxi Salinas ejerce buenamente su labor de capitán y lo obliga a volver al campo para jugar lo que resta de partido. Después de este incidente el club lo castiga y él promete marcharse a final de temporada. Menos mal, por el bien del fútbol, que aquella promesa se rompió porque posteriormente se vivió la mejor versión del ruso y del Celta.
Aunque en su primera temporada en Vigo ya había jugadores contrastados como Mazinho, Revivo o Gudelj, posteriormente llegaron los Míchel Salgado, Cáceres, Karpin, Makelele o Gustavo López que otorgaron al Celta un salto de calidad muy importante bajo las órdenes de Javier Irureta y Víctor Fernández. En estos años de focos europeos y en el que se jugaba un fútbol vertical y vertiginoso en el sur de Galicia, destacaba en medio de ese elenco de buenos futbolistas aquel mediapunta ruso que había amagado con marcharse del campo tiempo atrás. Mostovoi era el primero en dejarse la piel por esa camiseta y en poner su lujosa pierna derecha al servicio de su equipo. El zar ruso había cambiado. Se había asentado. Había encontrado su lugar. Y aunque todos los veranos sonaba como refuezo de clubs importantes, él prefirió siempre quedarse en su Celta, donde ejercía de líder dentro del campo y del vestuario, hasta el punto de alzarse con el brazalete de capitán. Su carisma, su talento y su trabajo habían vencido a una cabeza con muchos altibajos que le llevaron a tener, en varias ocasiones, encontronazos con su afición. Esa misma afición que le perdonaba al domingo siguiente esos desplantes tras las exhibiciones que sólo él era capaz de ofrecer en el césped. Es lo que tienen los genios: talento y desequilibrio emocional a partes iguales.
Decía Víctor Fernández, su entrenador durante 4 temporadas:"cuando le pegaba a la pelota sonaba diferente a cuando lo hacía cualquier otro jugador. El esférico se sentía bien tratado. Alexander hacía música con el balón." Con esto es con lo que nos tenemos que quedar los que amamos el fútbol. Con las diferencias que marcan los buenos jugadores y Mostovoi lo era. Así lo atestiguan sus 70 goles en sus 8 temporadas como celeste.
Bajo mi punto de vista tiene dos "debe" con el Celta y seguro que sus seguidores me darán la razón: aquella generación comandada por Mostovoi le debe una Copa del Rey a su club, y la tuvieron muy cerca en la final disputada contra el Zaragoza; el otro "pero" que se le puede poner es que su salida coincidió con el descenso del equipo a Segunda después de una época tan bonita en la ciudad olívica. Él se había merecido salir de Balaídos por la puerta grande, pero esta puerta nunca se llegó a cerrar para los miles de seguidores celtistas que tuvieron la oportunidad de gozar de las diabluras de un auténtico Zar de Rusia: Alexander Mostovoi.
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