Feliz Día del Padre

Otro año más. Otro fin de semana más, y ya van... Este domingo hemos presenciado de nuevo imágenes bochornosas en un partido de fútbo...



Otro año más. Otro fin de semana más, y ya van... Este domingo hemos presenciado de nuevo imágenes bochornosas en un partido de fútbol base. Los protagonistas, los padres, enfrascados en una pelea callejera en la que todo vale: empujones, patadas y puñetazos. Todo este espectáculo ofrecido en directo en la cara de sus propios hijos. Los papás intentando demostrar quién es el más gallito del corral. Las mamás gritando de desesperación. Y mientras, los niños llorando. Me imagino que de miedo y de vergüenza.

Esta vez el combate tuvo lugar en un partido de Infantiles de dos equipos en Mallorca. La causa: una supuesta entrada dura de un niño de 13 años sobre otro niño de su misma edad. Después de recriminarse la acción entre los chavales, los padres entran al campo a "defender el honor" de sus hijos. En cuestión de minutos, gracias a Internet, las imágenes ya están dando la vuelta al mundo.


En España parece que ya nos estamos acostumbrando a presenciar estos espectáculos cada cierto tiempo. Da igual la categoría en la que jueguen los chicos: desde biberones hasta juveniles se reproducen las broncas. El motivo es lo de menos. Cuando veo escenas como éstas no puedo más que sentir vergüenza. Vergüenza porque el 95% de los casos de violencia física y/o verbal en el deporte se producen en el ámbito de algo a lo que tanto amo y respeto. El fútbol es el deporte más practicado en este país. Y también el más vilipendiado por parte de sus protagonistas: jugadores, entrenadores y padres.

Este mismo domingo, el mismo día del partido de Mallorca, soy testigo directo de dos actos neandertales en mi entorno, que tienen como principales protagonistas a los padres.

Por la mañana, a primera hora, el equipo al que dirijo, el Infantil A del Silva, afronta un partido crucial ante el Compañía de María. Quizás es el partido más importante del año para los dos equipos. El encuentro transcurre con normalidad. Los dos equipos se muestran intensos, duros, pero muy nobles. Cada balón dividido es una batalla, pero no hay un mal gesto por parte de ningún jugador. En la banda los padres gritan constantemente. Son los más nerviosos en el campo.


El resultado es de 2-2 a falta de pocos minutos. Mi equipo empuja en busca del gol de la victoria, mientras el rival se encarga de despejar todos los balones peligrosos. En una de las últimas jugadas del partido, uno de mis jugadores es agarrado y tirado al suelo en el área rival. Inmediatamente grito: "penalti árbitro". El colegiado no aprecia la falta y deja seguir el juego. En menos de 5 segundos tengo a 4 padres del equipo rival increpándome e insultándome. Sólo por haber pedido penalti. Tremendo. Pero esto no es todo. Al acabar el partido felicito al entrenador rival y a sus jugadores. Cuál es mi sorpresa cuando escucho a los mismos papás pedir gritando a sus hijos que no me den la mano. Los chavales no entienden nada. Yo tampoco. Evidentemente no entro al trapo. Termino los saludos y me voy al vestuario.

Ese mismo domingo, después de lo vivido por la mañana y después de ver las imágenes de Mallorca, me voy a Riazor a ver el derbi gallego. Este año mis compañeros de grada y yo nos hemos cambiado a una localidad más tranquila y menos bulliciosa. Los años nos empiezan a pesar y comenzamos a valorar la tranquilidad. Desde el primer partido observamos que los familiares de los jugadores del equipo rival del Dépor son ubicados a apenas 20 metros de nosotros. Nunca pasó nada. Nunca hasta este domingo.

En los asientos que están delante de nosotros se sientan, desde principio de temporada, un padre y un hijo de unos 10 años. El padre comenta de vez en cuando alguna jugada con nosotros. En su teléfono móvil tiene instalado un programa a través del cual vemos repetidas las jugadas dudosas al instante y formamos un rápido debate. La actitud del padre siempre fue impecable. Siempre se mostró educado y respetuoso. Pero el domingo, tras el gol de Aspas, no se le ocurrió mejor idea que tirar un objeto a la zona en la que se encontraban los familiares de los jugadores celtistas. Su puntería fue perfecta. El chico al que le impactó el OVNI se levantó y se giró buscando culpables. El papá "lanzador" reaccionó rápidamente e invitó al agredido a solucionar el problema con las manos. La cosa no fue a mayores. Mientras tanto su hijo miraba a su padre perplejo y decepcionado.

Estos 3 casos de los que os acabo de hablar son ejemplos reales de un domingo de fútbol cualquiera. Mi pregunta es: ¿Cómo podemos pretender que los niños tengas buenas conductas futuras con unos ejemplos como éstos? Lo más probable es que si estos comportamientos paternales se suceden en el tiempo, estos niños lleguen a imitar a sus padres en un momento dado. La violencia sólo engendra violencia. Si los padres enseñan malos modos, los hijos aprenderán malos modos. No hay otro camino.


Desde aquí me gustaría mandar un mensaje de reflexión a todos los que somos padres de niños pequeños. Es necesario que recapacitemos en todo lo que decimos o en todo lo que hacemos. A veces nos olvidamos que nuestros hijos son un "material" muy sensible, que absorbe todo lo que ve y lo que escucha. Los hijos nos conciben como espejos en los que mirarse y quieren llegar a ser nuestro reflejo. Cuidemos nuestras formas para poder cuidar las suyas. 

Soy de los que piensa que la educación de un menor depende casi al 100% de sus padres. El colegio o, en este caso, los clubs de fútbol deben ser un complemento a lo aprendido en casa. Hace dos semanas mandé a un jugador a la ducha media hora antes de acabar el entrenamiento. La semana pasada mandé a otro una hora antes de finalizar. El pecado en ambos casos fue el mismo: contestarme de forma incorrecta. En estos casos no me tiembla el pulso. Antes que enseñarles a jugar al fútbol, mi objetivo principal es formarles y educarles en los valores del deporte. Ellos saben que no tolero las faltas de respeto. Y también saben que todo acto negativo conlleva una consecuencia. Podéis pensar que soy demasiado riguroso. Yo opino que éste es el único camino para ayudarles a ser buenos deportistas, y en consecuencia buenas personas. Si logro ésto habré conseguido mi objetivo.

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