Gestionar personas

Me vais a permitir, antes de nada, que os pida disculpas por mi ausencia en forma de artículos durante todo este tiempo, pero aunque ...



Me vais a permitir, antes de nada, que os pida disculpas por mi ausencia en forma de artículos durante todo este tiempo, pero aunque no os lo creáis, fue imposible sacar las horas suficientes para ello. Desde que me hice cargo del Sporting Sada he perdido la cuenta de las horas invertidas. Sólo sé que han sido muchas. Entrevistas con otros entrenadores, llamadas a jugadores, reuniones con el director deportivo, planificación de la pretemporada, selección de partidos amistosos,... Ahora que nos encontramos en la recta final del período preparatorio es cuando encuentro ese oasis en el que puedo parar a descansar y hacer una de las cosas que más me gusta, que es escribir.

Cuando una llega nuevo a un Club, como es mi caso este año, tiene que pasar un período de adaptación en todos los niveles. El Club ya funcionaba antes de mi llegada y tenía una idiosincrasia y una manera de hacer las cosas. En este proceso de acoplamiento por el que acabo de pasar uno debe ser cauto con todos los elementos que le rodean, sobre todo en lo tocante a las personas con las que te va a tocar trabajar día a día. Desde el presidente y toda la junta directiva hasta el encargado del material, pasando por todos los jugadores.

Es precisamente en el apartado de los jugadores en el que me quiero detener pues es, sin duda, el más importante a nivel deportivo. Entra aquí en juego el concepto tan manido en los últimos tiempos como es el de la gestión de grupo o gestión de vestuario. Me he preguntado muchas veces durante estos meses cómo debo ser ante los futbolistas: ¿cercano o lejano? ¿poli bueno o poli malo? Tras darle muchas vueltas he llegado a la conclusión de que debo ser yo mismo, con mis virtudes y mis defectos, sin más. Y lo estoy haciendo así porque pienso en la carga que debe de ser para una persona tener que disfrazarse de algo que no es cada día que acude a la ciudad deportiva. De este modo considero fundamental, para que el barco llegue a buen puerto, que los jugadores acepten mi personalidad igual que yo acepto la suya. Todo dentro de un orden, claro está. Cuando me cuentan que tal o cual entrenador insulta o falta al respeto a sus jugadores me imagino cómo debe ser la convivencia en ese vestuario. Y esto pasa en equipos de base y en equipos de competición. Verdaderamente lamentable.  

Leía el otro día una entrevista a Diego Pablo Simeone en la que el entrenador argentino recalcaba la importancia de gestionar un vestuario por encima de los conocimientos que uno posea como entrenador. Y para este buen hacer consideraba imprescindible que el míster en cuestión estuviese dotado de una buena dosis de empatía. No puedo estar más de acuerdo con él. En una sociedad como la actual, que está perdiendo valores a un ritmo vertiginoso, resulta fundamental e inusual -a partes iguales- una persona empática que lleve el control. Cuando yo me encuentro con un vestuario completamente nuevo de aproximadamente 25 personas, como ha sido mi caso este año, tengo que tener presente que estoy ante 25 seres diferentes, cada uno con su historia y su vida detrás. Al ser fútbol amateur el tiempo que ocupamos al entrenamiento es mínimo. Antes de llegar al vestuario ese jugador ha tenido que lidiar con su jefe en el trabajo, con sus profesores en la universidad, con su familia en su casa o con cualquier problema o inconveniente del día a día.

Desde que conozco a los chicos siempre encuentro el momento oportuno para preguntarles de manera individual qué hacen de su vida, en qué invierten su tiempo. Es posible que me esté extralimitando en mis funciones pero creo que para llegar al futbolista debo de conocer antes a la persona. Sólo de esta forma puedo llegar a comprender ciertos hábitos. El patrón se repite en todos los vestuarios. El campo de fútbol es una réplica en miniatura de la vida de los chavales. La solidaridad, el trabajo en equipo, el orden, la disciplina, la actitud, la responsabilidad, etc. Vosotros entrenadores haced la prueba con vuestros equipos. ¿Qué jugadores tienen estos valores? ¿Los que tienen un trabajo? ¿Los que estudian? ¿Los parados? ¿Los que ni estudian ni trabajan? Ya me contaréis...


Partiendo de la base de la que hablábamos antes, que se refería a que todos debemos aceptar las personalidades que se entremezclan en un vestuario, lanzo una pregunta al aire: como entrenador que soy, ¿debo tratar a todos los jugadores por igual? Es una cuestión compleja. Le he preguntado a jugadores, entrenadores, profesores y personas vinculadas de una forma u otra al mundo del fútbol. Todos me han contestado de manera diferente y me han argumentado la respuesta. Yo hoy os voy a dar mi respuesta, la mía.

Partiendo de la premisa de que todos los jugadores cumplen unas exigencias mínimas de orden, disciplina y actitud, yo no puedo tratar a todos por igual. Y no lo puedo hacer no sólo por lo que ocurre sobre el verde, sino sobre todo por lo que ocurre fuera de él. Lo idílico sería llegar al campo y dejar en la puerta nuestros problemas, pero eso resulta imposible. No somos máquinas. Tanto ellos como yo y mi cuerpo técnico sabemos que no todos los días son iguales ni vamos al campo con el mismo humor. Es aquí dónde entra en juego la empatía de la que hablaba Simeone. Recordad: 25 personas. Cada una de su padre y de su madre. 25 personalidades diferentes. 25 formas de aceptar el éxito, el fracaso o la crítica. Soy de los que piensa que no puedo utilizar el mismo tono de voz o las mismas palabras para dirigirme a todos los jugadores. Porque igual que con tu arenga motivas a un jugador consigues con otro el efecto adverso, provocando una disminución de su rendimiento por una cuestión puramente psicológica. Y es aquí dónde, bajo mi punto de vista, reside la dificultad de gestionar un grupo o un vestuario. No es lo más cómodo ni lo más práctico, pero creo que es lo más efectivo si lo que quiero es la mejor versión de cada chico.

De la misma manera en la que queremos un entrenamiento cada vez más específico o personalizado para cada jugador en función de sus cualidades o de lo que busquemos de él, yo también abogo por un trato personalizado para cada persona-jugador. Visto desde fuera puede parecer injusto porque no me dirijo a todos por igual, pero mi objetivo es diametralmente opuesto: busco tocar la tecla de sus cabezas para que ofrezcan lo mejor. He visto actitudes antagónicas en jugadores que han cometido errores similares: desde una actitud de indiferencia a otra de sobrecarga emocional en sentido negativo.

De la misma forma que no le puedo exigir el mismo número de decisiones y ejecuciones acertadas a dos jugadores con aptitudes (con P) distintas, también tengo que ser benevolente con jugadores que están atravesando un momento personal delicado. Y eso debe saberlo el entrenador. Porque si lo sabe sabrá afrontar y entender muchos porqués e incluso podrá ayudar a su futbolista. Esto es complicado pero es lo que me dice el sentido común. 

Yo equiparo la papeleta de un entrenador a la de un padre que tiene varios hijos. Lo lógico es querer a todos por igual. Pero si tienes un hijo que está pasando apuros (sea de la índole que sea) lo lógico será volcarse con ese vástago. Lo mismo debería de ocurrir en un equipo de fútbol. ¿Cuál es el problema? Que en el fútbol no hay ese vínculo emocional y tampoco hay tiempo para ir más allá.

Imagino que esto será extrapolable a un vestuario profesional. No estamos ante las mismas circunstancias pero el futbolista profesional también tiene sus problemas, y éstos pueden llegar a afectar a su rendimiento. De ahí que en la misma entrevista a la que aludíamos anteriormente, Cholo Simeone prevalecía la necesidad de conocer a sus jugadores por encima de muchas otras cosas. Y todo esto con un único objetivo: que sus jugadores crean en él.

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